Resumen: | Una mañana de junio emprendí el Camino de Santiago en Roncesvalles, al pie de los Pirineos.
Lo que en un principio era sólo un desafío o apenas una aventura para ser contada, fue convirtiéndose en una vivencia llena de paz y tranquilidad que me hizo olvidar las dificultades de los primeros días y disfrutar de la grandeza del Camino y de los paisajes maravillosos que lo rodean, marcados por verdes campos, bosques surcados de arroyos, praderas sembradas de cultivos e inmensas planicies despobladas donde reina la soledad y el silencio. Es un museo al aire libre repleto de monumentos y joyas artísticas y surcado de pequeñas poblaciones, caseríos y aldeas diminutas que han nacido gracias al paso permanente de los peregrinos.
Este panorama es de por sí razón suficiente para recorrer el Camino, pero son los peregrinos y las personas que viven en su entorno quienes, por su comprensión y tolerancia, y su voluntad de amparo sin esperar recompensa, le dan vida y lo hacen inolvidable. |